Podemos hablar de un conjunto de habilidades cuya uso hará más probable que se aprenda aquello que se quiere enseñar, desde dormir solos a ayudar en las tareas de casa. Hoy os presentamos tres de esas habilidades y las ventajas que nos aportan en la educación de nuestros hijos, hijas y alumnos.
Observación. Si tenemos en una clase de 5 años un alumno que agrede o insulta a su maestra, será imprescindible observar qué está ocurriendo: ¿Qué consigue después de esas agresiones? ¿Es atendido a partir de ese momento de forma individual por la maestra? ¿Se le permite una forma alternativa para trabajar en clase? Si llegan las 9 de la noche y mi hija sigue haciendo tareas cuando, por cantidad y dificultad, podría haberlas terminado hace horas, necesitamos saber por qué tarda tanto: ¿Qué actividad prevé hacer cuando las termine? ¿Cuántas veces le insisto en lo importante que es hacerlas? La observación es esencial cuando queremos producir un cambio en la forma de actuar de los más pequeños. No se trata de encontrar la causa del mal comportamiento, que puede contar ya con una larga trayectoria, sino de descubrir qué lo está manteniendo. Para ello debemos tomar a diario información por escrito, durante una o dos semanas, de lo que ocurre justo antes y justo después de que el problema se dé (qué decimos y cómo, qué privilegios ofrecemos o retiramos, en qué medida nos implicamos emocionalmente…)
Definición de objetivos. Enlazando con el ejemplo anterior, entre los objetivos más deseados por padres y madres está “Que haga los deberes todos los días”. Entre los adultos queda claro a qué nos referimos con “hacer los deberes”, pero nos estamos dirigiendo a edades entre los 5 y los 14 años y por tanto tenemos que asegurarnos de que entienden a qué nos referimos, pidiendo cambios muy concretos. En el caso de los deberes escolares, la dificultad o problema puede estar en uno de estos componentes: apuntar los deberes a diario, terminar las tareas que tiene para ese día, traer menos tareas a casa, dar un número mayor de respuestas correctas en los ejercicios, no levantarse de la silla,… Sólo si tenemos nuestro objetivo bien definido podemos planificar las ayudas y condiciones necesarias para alcanzarlo, y sabemos si nos acercamos a él.
Consistencia. Una vez descrito nuestro objetivo y detectado qué está manteniendo el problema, debemos comprometernos con la técnica y herramientas que producirán el cambio. De esta forma, si decido que mi hijo de 9 años debe iniciar el sueño solo (esto es, no lo acompaño hasta que se queda dormido) porque esto va a favorecer su independencia y su descanso, tengo que aplicar el mismo procedimiento todas las noches, de forma que sus peticiones y el cansancio acumulado no me lleven a dormir con él unas noches sí y otras no, lo que reforzaría su llanto y sus miedos. Por el contrario, si le permito iniciar el sueño por él mismo en todas las ocasiones podrá experimentar que no hay nada que temer. Las excepciones vendrán más adelante, cuando el hábito esté bien establecido 😉
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