Si hay una época del año que invite a descubrir y disfrutar, esa es el verano. Lectura, viajes y reencuentros son los protagonistas de nuestras “listas de pendientes”. Hoy queremos compartir con vosotros un libro que nos evoca vivencias propias de la infancia y la juventud, y que descubrimos hace algunos años, durante un verano como el que se aproxima. En él Gerald Durrell nos hace participar de su fascinación por la naturaleza a través de su día a día en una isla del Mediterráneo donde todo es posible. Mejor que hable por si mismo…
“Mi familia y otros animales” (Gerald Durrell, 1956)
Los preparativos
“Yo viajaba sólo con aquellos artículos que juzgaba necesitaría para aliviar el tedio de un largo viaje: cuatro libros de historia natural, un cazamariposas, un perro y un tarro de mermelada lleno de orugas, todas ellas en inminente peligro de volverse crisálidas. Así, plenamente equipados según nuestros criterios, abandonamos las viscosas costas de Inglaterra.”
Nuevo horizonte
“Por la costa se sucedían playas blancas como el marfil, entre ruinosos torreones de brillantes rocas blancas, doradas, rojas… Al otro lado del cabo desaparecieron los montes, y la isla descendía suavemente, empañada por el resplandor verde y plata de los olivos, con aquí y allá un amonestador dedo de ciprés contra el cielo.”
“Nos pasaba como a Alicia en el Jardín del Espejo: por mucha decisión con que emprendiéramos el camino opuesto, al poco nos encontrábamos en la placita llena de puestos con jaulas de mimbre amontonadas y el aire saturado de trinos.”
Quien espera allí
“Te confiaban sus asuntos privados con naturalidad y franqueza absolutas, y se sentían menospreciados si tú no hacías lo mismo. Pero, con gran sorpresa por mi parte, el hombre pareció darse por satisfecho con mi respuesta y no preguntó nada más…”
“La mayoría de las parcelas eran propiedad de amigos míos,… y cada vez que me acercaba por allí lo hacía seguro de poder descansar y cotillear saboreando un racimo de uvas con algún conocido, o de recibir noticias interesantes como la de la existencia de un nido de alondras bajo los melonares de Georgio.”
Tierra
“las delicadas anémonas, rasgadas por la brisa más leve, exhibían flores de marfil con pétalos como impregnados de vino”
“… un racimo de uvas color ámbar todavía calientes del sol, brevas negras como el alquitrán vetadas de rosa por donde se habían desgarrado de puro maduras, o una sandía gigante llena de rosáceo hielo en su interior”
“Él se encargaba de recoger la fruta, pisar la aceituna, y, una vez al año, recibir una grave picadura al extraer la miel de las diecisiete colmenas que hervían bajo los limoneros.”
Aprendizaje
“Con tal de que uno no cometiera alguna tontería o torpeza (como ponerles la mano encima), los escorpiones le trataban con respeto, guiados de un único deseo: huir a esconderse cuanto antes.”
“- Dicen –comenzó- dicen que cuando uno se hace viejo, como yo, se reduce el ritmo vital de su organismo. Yo no lo creo… Yo tengo la teoría de que no es uno mismo el que frena, sino que es la vida la que va frenando a los ojos de uno.”
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