Imagen: @berlich
Hace unos días la madre de una niña de dos años compartía conmigo sus dudas acerca de cuándo empezar a educar a su hija. Yo, con cierta sorpresa, le pregunté a qué se refería, pues después de dos años era inevitable que ya la hubiese “educado” de alguna forma. Entonces me aclaró que a veces la veía demasiado pequeña para empezar a poner límites o establecer consecuencias claras ante determinados comportamientos.
Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de educar? En pocas palabras, cuando educamos a nuestros hijos/as les damos a conocer qué comportamientos son adecuados en determinadas circunstancias (Ej., prestar sus juguetes a un amigo en el parque) y qué comportamientos son inadecuados o no estamos dispuestos a dejar pasar (Ej., insultar o hablar a gritos a los demás). La única forma que tenemos de darles esta información y que ellos aprendan (a relacionarse, a cuidar de ellos mismos, a atender las advertencias de los adultos, etc.) es mediante consecuencias. Así, cuando vemos que nuestra hija presta sus juguetes a otros niños le expresamos con palabras o gestos cuánto nos gusta que lo haga, y cuando vemos que insulta a otros niños, le hacemos saber que eso no está bien e imponemos alguna consecuencia como puede ser quedarnos menos tiempo en el parque. La próxima vez es más probable que preste sus juguetes para conseguir nuestra aprobación, y que no insulte, evitando así las consecuencias negativas que recibió la otra vez.
De esta forma los niños/as van estableciendo relaciones entre los comportamientos y sus consecuencias, y lo hacen inmediatamente después el nacimiento (ya en las primeras horas de vida la madre alimenta al bebé cuando éste llora, de forma que el niño/a aprende a llorar cuando tiene hambre, y más adelante cuando siente dolor y/o quiere obtener atención). Por tanto, educar a los hijos/as es decidir qué tipo de consecuencias vamos a establecer para los distintos comportamientos, sin esperar a que cumplan una edad, sino siendo fieles a nuestras decisiones desde el primer día.
La única forma de garantizar un crecimiento autónomo y darles seguridad a la hora de tomar sus propias decisiones es estableciendo una disciplina estable, esto es, dar el mismo tipo de consecuencias a los mismos comportamientos, aunque teniendo en cuenta cada situación (Ej., vamos a premiar que nuestra hija sea sociable y salude a sus amigos cuando llega al colegio pero no que entable conversación con desconocidos). Desde aquí os animamos a tomar decisiones fundamentadas en vuestros valores (hablaremos de estos valores otro día), y compartidas con todas las personas que participan en su educación 😉
Deja una respuesta